HUELLA DE CO2

Portada del post plántalo, huella de CO2
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Actualmente es frecuente encontrarnos con la acertada expresión “huella de carbono”, y es que de manera muy intuitiva la expresión ya nos coloca ante parte de las consecuencias ambientales que provoca nuestra actividad, tanto a nivel individual, como de empresa, como de Nación.

¿Qué es en realidad la huella de carbono?.  Es la cuantificación de las emisiones, directas e indirectas, de Gases de Efecto Invernadero que son liberadas a la atmósfera como consecuencia de la actividad de una empresa, del ciclo de vida de un producto, la organización de un evento o de la actividad de una persona y están íntimamente relacionados con la producción de energía eléctrica, uso de combustibles fósiles, operaciones de transporte y otros procesos industriales y agrícolas.

Actualmente existen un gran número de metodologías y normas para abordar el cálculo de la Huella de Carbono, su análisis proporciona como resultado un dato que puede ser utilizado como indicador ambiental global de la actividad que desarrolla la persona, la entidad ó la organización.

Conocer nuestra huella de carbono genera una mayor concienciación medioambiental y nos plantea como reducir nuestro impacto en el ambiente; reflexión que nos aboca en la necesidad de reducir nuestro consumo básicamente invirtiendo en nuevas tecnologías en la iluminación, la climatización y el transporte, que a su vez se amortizan por el menor facturación que implica y en algunos casos utilizarlo como valor de decisión a la hora de elegir a nuestros proveedores externos. Si aún queremos profundizar veremos que nuestra huella de CO2 sigue siendo positiva, ¿cómo convertirla en negativa?. Únicamente podemos compensarla con acciones que absorban nuestro remante de CO2 emitido a la atmósfera, en lo que se ha dado en llamar “Sumideros de CO2”.

Aparte del suelo continental y del lecho oceánico, que absorben casi el 50 % del CO2 atmosférico, la fotosíntesis es el principal mecanismo de absorción natural de carbono, por lo que cualquier sistema natural que albergue organismos foto-sintetizadores (plantas, algas, bacterias…) puede constituir un sumidero de carbono.

La vegetación, a través del proceso de fotosíntesis, fija CO2 atmosférico liberando oxígeno

6CO2(Dióxido de carbono) + 6H20(Agua) > C6H12O6 (materia orgánica) + 6O2(Oxígeno)

distribuyéndose el carbono entre la biomasa vegetal viva (tronco, hojas, ramas y raíces), la biomasa vegetal muerta (materia orgánica en descomposición) y el suelo (procedente del proceso de humificación).

En el caso de los árboles, en torno al 50% del peso de su materia seca es carbono. La especie nativa de la Península Ibérica que más carbono fija al cabo de 30 años es el chopo, según la Guía publicada en el 2014 por el MAAMA, con 0,9 Tn CO2, esto implica una media de 30 kg/año; cuando el árbol está recién plantado esa cifra es menor, y cuando tiene 30 años, mayor. También según esa guía, una encina de 30 años puede haber acumulado en sus tejidos, por término medio, 75 kg de carbono, es decir, una media de 2,5 kg/año. 2,8 kg para el pino piñonero, 0,83 kg para el melojo y 0,73 para el quejigo.

En el caso de los plantones de uno o dos años, que son los más usados en reforestaciones, no cabe esperar que fijen más de 20 ó 30 grs CO2/año, dependiendo de la especie, el emplazamiento y los cuidados que reciba.

El carbono fijado puede liberarse de forma natural a la atmósfera a través de los procesos de respiración de los distintos órganos de las plantas y de la actividad microbiana del suelo; los incendios forestales, las plagas y las enfermedades pueden acelerar los procesos de degradación de la materia orgánica y con ellos la liberación de carbono a la atmósfera.

En la situación actual, proteger y conservar las masas forestales y propiciar la recuperación de bosques y selvas,  allí donde se han perdido, sería una estrategia no solo prioritaria, sino que debería convertirse a través de la sensibilización, en parte sustancial de nuestra conciencia colectiva como especie.

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